Uruguay se ha consolidado como líder en América Latina en materia de gobierno digital, logrando altos niveles de digitalización en los servicios públicos y en la interacción entre el Estado y la ciudadanía. Sin embargo, este avance contrasta con ciertos rezagos que el país mantiene en la adopción de tecnologías emergentes y en la transformación digital de sectores económicos clave.
El país ha sido reconocido en múltiples mediciones internacionales por su infraestructura tecnológica, el acceso a servicios digitales y la eficiencia administrativa mediante plataformas virtuales. La centralización de servicios en portales como “Gub.uy”, el desarrollo de sistemas de identidad digital y la masificación del uso de certificados electrónicos son elementos que han facilitado la relación de los ciudadanos con el Estado. A esto se suma una importante inversión pública en conectividad y una estrategia sostenida para reducir la brecha digital en los últimos años.
No obstante, pese a estos logros en el ámbito gubernamental, el panorama es menos favorable en otras áreas. El sector privado, en especial las pequeñas y medianas empresas, presenta niveles dispares de digitalización. La incorporación de herramientas como inteligencia artificial, blockchain, internet de las cosas (IoT) y big data aún es limitada, lo que afecta la competitividad y la capacidad de innovación del aparato productivo nacional.
Además, hay diferencias importantes entre los sectores. Aunque ciertas áreas, como el sector financiero y los servicios tecnológicos, han progresado considerablemente en la automatización y el uso de soluciones digitales, otras, como la industria manufacturera, la agricultura y la salud, demuestran una adopción mucho más pausada. Esta circunstancia provoca una digitalización desigual que limita una transformación estructural más significativa de la economía.
La instrucción y el desarrollo de habilidades digitales representan otro reto por superar. Si bien Uruguay ha realizado avances importantes en el acceso a la tecnología para la educación básica y secundaria —mediante programas como el Plan Ceibal— sigue existiendo una disparidad en el entrenamiento avanzado en campos STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), esenciales para sostener una economía enfocada en la innovación.
Especialistas advierten que el liderazgo del país en gobierno digital corre el riesgo de estancarse si no se acompaña de una estrategia integral que incluya políticas públicas más ambiciosas para fomentar la adopción de tecnologías emergentes en el sector productivo y una mayor inversión en capacitación técnica. El ecosistema emprendedor, aunque dinámico, también necesita de incentivos y marcos regulatorios que estimulen el desarrollo de soluciones tecnológicas con valor agregado.
Otro aspecto clave es el financiamiento. Las barreras para el acceso al crédito, especialmente en emprendimientos tecnológicos, limitan la expansión de proyectos con potencial de escalabilidad. Asimismo, la falta de colaboración entre el sector público, privado y académico impide generar sinergias que podrían acelerar el proceso de transformación digital.
La sostenibilidad digital también se ha convertido en un punto de atención. La necesidad de avanzar hacia modelos que integren criterios de eficiencia energética, economía circular y responsabilidad ambiental en el uso de tecnologías es cada vez más urgente. En ese sentido, la agenda digital del país deberá incorporar con mayor claridad estos aspectos para garantizar un desarrollo tecnológico que sea inclusivo y respetuoso del medio ambiente.